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La Vidita Literaria
miércoles, diciembre 24, 2003
 
A la memoria del monstruo y maestro Hugo Argüelles

Hace unas horas me enteré de la muerte de Hugo Argüelles a través del correo de Edgar. Aún sin digerirlo totalmente he querido escribir esto para dejar testimonio de mi gratitud para con el monstruo y maestro que fue el gran Hugo Argüelles.

Argüelles fue mi maestro de Escritura Dramática en la Escuela de Escritores de la SOGEM. Fue el último semestre que impartió en plenitud de facultades, pues los siguientes apenas y podía hablar cuando se presentaba a clases. Me tocó disfrutar y padecer sus clases. Y digo disfrutar y padecer porque era un verdadero placer escucharlo, pero también era un suplicio desear que nunca se diera cuenta de que uno estaba ahí presente para no ser objeto de su ira o, peor, de sus inclementes ironías y sarcasmos.

Yo nunca hablé en sus clases. Si acaso pregunté alguna duda. Temía abrir la boca, cagarla y ser objeto de su lengua implacable. Aún hoy me considero un neófito en cuestiones teatrales, pero todo lo que sé de teatro se lo debo a sus clases, a sus recomendaciones y a sus obras. Los apuntes de sus clases me siguen sirviendo para aclarme dudas a la hora de escribir porque son verdades eternas sobre la creacion, testimonios genuinos del quehacer de un artista que tenía la suficiente generosidad como para compartir con una bola de alumnos imbéciles sus secretos creativos.

Argüelles era implacable con la estupidez y la blandenguería, que era lo que más odiaba en la vida. Las leyendas de sus berrinches, pleitos y arrebatos son míticas. Todo el que lo conoció tiene una para contar. También las historias de sus preferencias sexuales, sus amantes, sus amistades y sus rencores. Pero ahora todo eso ya no importa. Argüelles se ha ido y lo que queda es su obra, una de las más grandes obras dramatúrgicas que se han hecho en este país. Y también queda su legado como maestro e impulsor de talentos y vocaciones.

Aunque yo no sea dramaturgo (aún), Argüelles me enseñó muchas más cosas acerca de lo que significa ser artista en un mundo como éste. Recuerdo sobre todo dos cosas que dijo en sus clases (parafraseo lo dicho por él):

* El verdadero artista no crea para la masa sino para un puñado de elegidos que, como él, entienden lo que el artista tiene que decir. Son apenas unos cuantos los que levantan la mano y le dicen al artista: "Yo sí sé de lo que estás hablando".

* El sistema siempre trata de acabar con el verdadero artista, porque le resulta incómodo. Primero lo ignora y lo ningunea, para que se desanime y se dedique a otra cosa. Si el artista sobrevive y sigue de necio, entonces el sistema trata de coptarlo, de comprarlo para que trabaje para él. Pero si el artista resiste y se niega a venderse, si sobrevive y logra hacer una obra que valga la pena, el sistema termina por respetarlo y reconocerlo, lo homenajea y le deja hacer lo que quiera.

Hugo Argüelles siempre escribió para un puñado de elegidos que, como él, sabíamos de lo que hablaba, y supo soportar las presiones del sistema y el sistema terminó postrándose a sus pies, respetándolo y reconociéndolo. El maestro Argüelles vivió como quiso e hizo con su vida lo que quiso. Su ejemplo es un ejemplo de valor, de coraje y de libertad. Nada menor en un mundo donde casi todos terminan vendiéndose por cinco pesos o un poquito de fama.

Descanse en paz, maestro Hugo Argüelles.


 
Fallece Hugo Argüelles

From: "Edgar Alvarez Estrada"
Subject: R.I.P. Hugo Argüelles
Date: Wed, 24 Dec 2003 21:22:07 +0000

A todos:
Me apena mucho ser el portador de tan lamentable noticia, pero la mañana de hoy miércoles 24 de diciembre, falleció el maestro Hugo Argüelles a causa del cáncer que padecía desde hace algunos meses.

La ceremonia de velación se realizará en Funerarias García López en Miguel Ángel de Quevedo No. 483 (cerca del Centro Cultural Veracruzano). Sabemos que es difícil asistir al sepelio por la fecha tan especial, pero si alguien quiere hacerlo, ya tiene la dirección.

Un abrazo a todos,
Edgar.

P.D. Favor de avisar a los amigos y alumnos del maestro por si alguien quiere asistir al sepelio.


martes, diciembre 23, 2003
 
Dos ensayos dos

En la revista El Correo del Maestro, a invitación del maestro Gerardo de la Cruz, en el número de noviembre publicaron un ensayo mío sobre Xavier Villaurrutia, aprovechando lo de su centenario y lo del día de muertos. Como no he visto la revista "en vivo" y apenas la subieron a la red, les pongo el enlace

Además, acaba de parecer el nuevo número, el segundo, de la revista Fahrenheit, de la cual formo parte del consejo editorial y donde aparece un ensayo mío sobre la infancia y la inocencia. Dirige la revista Rubén Marshall y la coordina Carlos Omar Noriega. Ya se puede conseguir en todos los Sanborns y cuesta 50 pesos. El sitio web de la revista, aunque todavía no contiene información, pero se puede ver aquí.

Este es un fragmento del ensayo, nomás para dejarlos picados y compren la revista. Es de colección.

Infancia e inocencia

Por Guillermo Vega Zaragoza


¿De dónde proviene esa idea de que los niños son inocentes por naturaleza, y que es necesario preservarlos a toda cosa en ese estado, impidiéndoles que “pierdan la inocencia, la pureza que se expresa en la mirada limpia, en la sonrisa sincera y sin dobleces”, como leí el otro día en una carta de una señora indignadísima por un programa de televisión que, según ella, pervertía a los infantes?

Tendríamos primero que ponernos de acuerdo en el significado del vocablo “inocencia”. Y cuando uno se pone a buscarlo en el diccionario se encuentra con cosas sorprendentes. Por ejemplo, en el lexicon Vox dice que es el “estado del alma que desconoce el mal”. Imagínense: una obra que supuestamente debería ser científica o, por lo menos, apegarse a las reglas mínimas de la ciencia, habla de “alma”. Esto nos lleva a indagar qué entienden los señores de Vox como “alma” y el asombro crece aún más: según ellos, el alma es la “sustancia espiritual e inmortal que informa el cuerpo humano, y con él constituye la esencia del hombre”. Entonces surge la duda: ¿dónde se localiza el alma humana: en el corazón, en el cerebro, en el páncreas? Y en caso de que la pudiéramos ubicar en algún lugar: ¿cómo se podría demostrar que es inmortal? Misterio insondable.

Pero la cosa no termina allí. Por si fuera poco, el diccionario de marras pone como ejemplo, para ilustrar el concepto de inocencia, “la de Adán y Eva”. Queda claro entonces que, para los perpetradores de dicha obra, la inocencia es un concepto más teológico que científico. Veamos entonces el origen de esta concepción teológica de la inocencia. Antes de ser engañados por el Demonio transfigurado en serpiente, Adán y Eva eran inocentes; es decir, no sabían distinguir el mal y, por lógica, tampoco el bien. Dios les prohibió comer el fruto del árbol del conocimiento. Al comerlo, de inmediato supieron que habían hecho mal, pues habían desobedecido las órdenes divinas. Por ello son expulsados del Jardín del Edén.

La interpretación de este mito primigenio de nuestra cultura occidental arroja consecuencias trascendentales para entender la cuestión de la inocencia, que es la que nos atañe: 1) el conocimiento es cuestión divina, de la cual los hombres deben mantenerse alejados; 2) el Demonio engaña a la mujer y luego al hombre y los convence con el argumento de que si comen del fruto del árbol del conocimiento “serán como dioses”; 3) el resultado de la desobediencia a Dios es la “maldición” del libre albedrío. Es decir, el verdadero pecado original es haber desobedecido a Dios, y como corolario nos encontramos con que el libre albedrío es una consecuencia de haber entrado en contacto con el conocimiento. Así, podemos concluir que inocente es aquel que obedece a Dios (o a la autoridad) y que no ha entrado en contacto con el conocimiento, por lo tanto, no tiene libre albedrío; es decir, no puede distinguir entre el bien y el mal.

Aquí nos encontramos con una cuestión aún más peliaguda: ¿cómo puede alguien conocer el bien si desconoce su contrario, es decir, el mal? De acuerdo con Luis Racionero, quien por cierto tiene una novela que se llama, precisamente El pecado original, el mal es una definición maniquea que inventó Zoroastro al postular dos principios: como el dios todopoderoso y bueno es un absurdo empírico, decidió con toda lógica que había un dios bueno, Ormuz, y un perverso demiurgo, Ariman, causante del mal. Esa polaridad entró en la Biblia y con ella en la mentalidad occidental.

¿Cuándo se empieza a considerar al niño como un ser cuya inocencia debía ser preservada? De acuerdo con el historiador francés Philippe Ariès, la concepción del niño como incapaz, inepto e imposibilitado por sí mismo para la comprensión del mundo, se extendió y profundizó entre los siglos XVII al XIX; sin embargo, paralelamente a esa concepción de "debilidad mental", el niño fue considerado como un ser puro, lo cual lo fue elevando ante los ojos de los otros, hasta el punto de constituirlo en un símbolo con claras analogías con lo divino. De esta forma, el esfuerzo familiar, educativo y social debía orientarse a preservar su pureza, a no descubrir ante él los misterios de la vida (sobre todo los de la sexualidad) hasta en tanto su razón, que debía consolidarse con la adultez, se lo permitiera.



 
El púgil

El 18 de diciembre fue la presentación del nuevo libro de Marcos García Caballero, un compañero de la SOGEM, quien me invitó a hacer un comentario sobre su volumen de ensayos. Lamentablemente, no pude asistir porque no encontré a nadie que me hiciera el paro con mis talleres de escritura creativa que imparto a esa misma hora. Sin embargo, logré que una muy buena amiga mía, Catalina Díaz, llevara y leyera el texto que escribí para la ocasión.

Al día siguiente, hablé con Catalina para ver cómo había estado la onda. Me contó que Marcos se molestó con el texto, básicamente, por dos cosas: porque menciono a Alfonso Reyes y de alguna forma lo coloco a él en el misma línea, y porque no me gustó un ensayo que le dedica a las ideas de Juan Villoro y Heriberto Yepez. Marcos rebatió las ideas en público y dijo que "luego hablaría conmigo al respecto".

Temo que tendrá que esperar sentado, pues yo no hablaré para nada con él sobre ése ni sobre cualquier otro asunto. Se me hace de pésimo gusto invitar a alguien a presentar tu libro y luego rebatirle en público lo que haya dicho sobre él, y peor si ese alguien no está presente. Bien pude no haber mandado nada y entonces el de la mala educación hubiera sido yo, pero mandé a alguien en mi representación con un texto. Cumplí a pesar de que fui yo el que tuvo que pasar a su casa por el libro, en lugar de que él me lo mandara (por una mínima cortesía), además de aguantar su neurosis durante los días anteriores a la presentación con llamadas telefónicas para nimiedades.

Cat me contó que Marcos dijo que "Alfonso Reyes era muy mal poeta y que sus traducciones de los clásicos griegos eran muy aburridas". Bueno, si eso lo dijera Rubén Bonifaz Nuño o cualqueir otra persona que no fuera Marcos le daría el beneficio de la duda. Pero yo pregunto: ¿Habrá leído Marcos algún libro completo de Alfonso Reyes, o habrá escuchado o leído en alguna parte eso y nada más lo repite por seguir con su papel de "duro" e "inconforme" púgil, como bien lo caractericé en el texto? Moriré con la duda.

Como no pienso publicar el texto en ningún lado, lo publico en exclusiva aquí para que termine de perderse en el mar de la blogósfera.

MARCOS GARCÍA CABALLERO O
DEL PUGILATO COMO OTRA FORMA DEL ENSAYO

Nueve asaltos rápidos y una decisión dividida a propósito de
Once viñetas ensayísticas breves y un poemáximo sangrón


por Guillermo Vega Zaragoza

1. En “Aristarco o anatomía de la crítica”, don Alfonso Reyes habla de “la paradoja de la crítica”: “¡La crítica, esta aguafiestas, recibida siempre, como el cobrador de alquileres, recelosamente y con las puertas a medio abrir! La pobre musa, cuando tropieza con esta hermana bastarda, tuerce los dedos, toca madera, corre en cuanto puede a desinfectarse. ¿De dónde salió esta criatura paradójica, a contrapelo en el ingenuo deleite de la vida?” La crítica, nos dice don Alfonso, es “incidente del tránsito, siempre viene contra la corriente y entra en las calles contra la flecha. Anda al revés y se abre paso a codazos. Todo lo ha de contrastar, todo lo pregunta e inquiere, todo lo echa a perder con su investigación analítica”. Por ejemplo, si alguien decide ir de día de campo, el crítico de inmediato le hace notar: “¿Ya viste los grises nubarrones en el cielo? Yo lo pensaría mejor”. O si un enamorado le muestra a la causante de su adoración, a la cual desde luego considera perfecta, el crítico de inmediato le hace notar la pequeña arruga en el cuello, el diente mal ubicado o la verruga en la nariz. Tenía razón, don Alfonso: el crítico siempre es un aguafiestas.

2. Pero: ¿de dónde proviene esta vocación crítica? ¿Por qué hay personas que se dedican a ella profesionalmente, como los críticos literarios, los críticos de artes plásticas, los críticos de cine, hasta los críticos de modas? ¿Qué extraña razón los impulsa a convertirse en esa forma de autoinvitado incómodo del que todos huyen y al que todos denostan, pero del que muchos buscan su aprecio y aprobación? Todo artista es un inconforme del estado en el que encuentra el mundo que le tocó vivir. Por eso crea obras de arte: para mejorarlo, para hacerlo más habitable, en principio para él, pero también para los congéneres que sepan apreciarlas. En este sentido, el artista es, al mismo tiempo, un crítico y un creador. Sin embargo, paradójicamente, cuando es realizada con talento, la crítica también es una forma de arte, una de las más difíciles, agotadoras, desgastantes e ingratas. Porque si alguien escribe un poema o una novela y a los demás no les gusta, pues no pasa nada. Pero si uno escribe un ensayo (iba a decir ensayo crítico, pero es una redundancia: todo ensayo es crítico o no es ensayo), y al autor objeto de la crítica no le gusta lo que uno dice de él, lo de menos es que nos retire su amistad (si es que ya lo conocíamos), o mande una carta al medio en donde pareció nuestro “libelo” para quejarse, o peor: que nos encuentre en la calle o la cantina y nos rompa la nariz de un puñetazo.

3. Generalmente se tiende a pensar que el crítico es un creador frustrado, que si un crítico literario habla mal de tal o cual libro es por puritita envidia, o si el crítico de cine dice que tal o cual película es una bazofia, es porque a él nunca le van a financiar ni una visita a la montaña rusa, cuantimenos la dirección de un filme. Pero la historia de la literatura es pletórica en ejemplos de artistas que, además de ser grandes creadores, eran destacados críticos de una o de diversas disciplinas. Pienso tan sólo en Charles Baudelaire, Edgar Allan Poe o Jorge Luis Borges a quienes nadie les puede regatear el talento y cuyas notas críticas son verdaderamente notables. O en nuestro ámbito, el ya mencionado don Alfonso Reyes, cuya obra en completo sigue esperando la revaloración de las nuevas generaciones. U Octavio Paz, que lo mismo ejercía la crítica literaria, que la cultural o la política. O José Emilio Pacheco, poeta, cuentista, novelista y espléndido ensayista. O Juan García Ponce, fundamentalmente narrador, con especial sensibilidad para la crítica de poesía y de artes plásticas. En esta misma estirpe es plausible inscribir a Marcos García Caballero, poeta de incipiente pero sólida trayectoria, con sus Infinitos dispersos, y también galardonado narrador, que ahora nos hace llegar su primera entrega ensayística con un largo y descriptivo título.

4. Ya Michel de Montaigne nos enseñó que el género al que le puso nombre, el ensayo, proviene, precisamente de la idea de sopesar, tantear, catar, calar, probar, pulsar o sondear una o varias ideas en calidad de aproximación preliminar. El ensayo, a diferencia del estudio científico propiamente dicho, no tiene que probar o comprobar sus hipótesis sino, como ya dijimos, ensayarlas, para ver qué tal funcionan. “Centauro de los géneros”, le han llamado al ensayo, pues su naturaleza mercurial le permite adoptar las formas más disímbolas, desde el poema en prosa, el diálogo, el apunte, el aforismo o la viñeta, como bien llama Marcos García a los textos lúcidos y provocadores que ha reunido en este libro, delgado en volumen, pero grande en alcances y sugerencias.

5. Si algo distingue a Marcos García Caballero es su insaciable inquietud intelectual, que queda de manifiesto en el amplio abanico de temas, lecturas, intereses y perplejidades que surcan las paginas de su libro. Aquí están presentes lo mismo la relación de la poesía con la crítica y la filosofía, y la función del efectismo y el humor, que el zapatismo, Juan Villoro, Heriberto Yépez, Julio Cortázar, los dadaístas y la plástica tamaulipeca. Entre muchos otros, aparecen las ideas de Octavio Paz, Tristan Tzara, Paul Nizan, Hegel, Heidegger, Arthur Rimbaud, Charles Baudelaire, William Burroughs, Gastón Bachelard, Roland Barthes y Frederich Nietszche. Es con el aliento de este último con el que Marcos García Caballero gusta de identificarse. A la manera del buen Federico, a Marcos le gusta “filosofar a martillazos”, pero en su caso sería más justo decir que le encanta “ensayar con los guantes de box puestos”.

6. En efecto, el estilo de polemizar de Marcos García es el del púgil. Pero no el de cualquier fajador, aunque a veces tenga que recurrir a ciertas mañas retóricas para intentar un nocaut contundente, como, por ejemplo, en el “poemáximo sangrón” sobre sus “tres formas de poetizar con Kant”. Como si quisiera emular los fugaces rounds con que Mike Tyson fulminaba a sus contrincantes, Marcos se enfrenta al filósofo de Konisberg con tres certeros golpes a la mandíbula. Y aunque lo hace tambalearse, es el retador el que sale más lastimado. A veces así pasa cuando nos enfrentamos a un verdadero peso completo.

7. Pero en otros textos, Marcos García se mueve como un verdadero estilista y es ahí donde nos ofrece sus asaltos más memorables. En el primer ensayo, “Poesía y critica”, el autor va tejiendo sus razonamientos con aparente ligereza pero también con contundencia, en un alegato que lo pinta de cuerpo entero: más que “escritor” o “literato”, prefiere denominarse “portador”; “portador de un plus que debe ametrallar la realidad con la palabra” (las cursivas son mías). Portador como aquel que porta un virus maligno y lo inocula por la vista a la mente de todo aquel que se atreve a leer sus escritos. El virus tiene varios nombres, todos temibles para las almas enclenques que pululan en estos tiempos: crítica, ironía, sarcasmo, razón, inteligencia.

8. Como buen púgil que es, Marcos García escoge bien a sus contrincantes, sobre todo aquellos que le pueden dar buen cartel: Paz, Kant, Heidegger, Cortázar, Bachelard. A veces lo tiran a la lona, pero casi siempre sale bien librado, limpio, sin muchos magullones. En una sola ocasión, creo que Marcos abusa de su condición de fajador. Se trata del ensayo sobre Villoro y Yépez. Como encuentro de exhibición pudo haber estado muy bien, pero creo que las ideas plasmadas en dicho texto sobre la crítica literaria y la ética del escritor ameritaban que eligiera enemigos (o amigos) de mayor peso y prestigio. Después de todo: ¿quién es Yépez, quién es Villoro, como para que valga la pena subirse con ellos al cuadrilátero?” A quienes hacían eso, en mis tiempos de secundaria, se les incriminaba: “Así serás bueno con los chiquitos. Ponte con uno de tu tamaño”.

9. Si bien García Caballero se define como “portador”, luego de la lectura de su libro de ensayos, prefiero considerarlo un “pontífice”, pero no en el sentido peyorativo que se le ha dado a la idea de pontificar, como sinónimo de tirar netas o verdades irrefutables provenientes de la divinidad, como sería el caso del Papa, que es el Sumo Pontífice, porque es “el puente” entre Dios y los hombres a través de la Iglesia. En efecto, Marcos García es un tendedor de puentes entre las ideas que, al mismo tiempo, lo deslumbran y atormentan. Resulta evidente que en su quehacer ensayístico, Marcos García escribe para explicarse a sí mismo el mundo, pero también para transmitirnos a nosotros, sus lectores, sus perplejidades, dudas, enojos o entusiasmos. Puede uno estar o no de acuerdo con sus argumentaciones y sus planteamientos, pero en ello radica precisamente la esencia del género ensayístico: se trata de aproximaciones, acercamientos, conclusiones siempre provisionales, que otros vendrán a corroborar o refutar, en otros textos, en otras obras.

Termino estos asaltos con la voz de otro gran púgil, este sí, campeón del mundo de los pesos completos, el enorme ensayista que es Cyril Conolly, quien en La tumba sin sosiego define meridianamente a aquellos que pertenecen a la estirpe de Marcos García Caballero:

“En el desierto de Norteamérica hay caballos que comen la hierba loca y algunos se enloquecen; su vista queda afectada, dan saltos enormes para franquear un matojo o se precipitan de cabeza en el río. Los caballos que se acostumbran y aficionan a ella son esquivados por los otros y no volverán a formar parte de la manada. Lo mismo ocurre con los seres humanos; los que tienen conciencia de otro mundo, el mundo del espíritu, adquieren una visión que deforma los valores de la vida corriente; son consumidos por la hierba del desapego. La curiosidad es su único exceso y de ahí que se les reconozca, no por lo que hacen sino por lo que dejan de hacer. La mayoría de los cuestionarios sicológicos tienen por objetivo el descubrir a estos lunáticos, a fin de no darles un empleo. Ellos se adivinan entre sí por una cálida indeferencia recíproca, pues saben de sobra que no están hechos para juntarse, sino para exhalar, como fosfóricos tocones en la selva del mundo, su engañosa irradiación”.

Muchas gracias.

Colonia Condesa, México, D.F. Diciembre 18, 2003.





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